Hace tiempo, cuando aún tenía una cuenta personal de Facebook, vi aparecer una foto mía con dos buenos amigos. Era aún más antigua que esta historia. Cuando son puestas en redes, imágenes similares suelen llevar más o menos los mismos comentarios, que hacen referencia al paso del tiempo y tienen un mismo tono de nostalgia o de resignación aun si intentan sonar alegres. «Cómo hemos cambiado» (o «Estamos igualitos» aunque nunca sea verdad); «Qué noches aquellas», «Nos íbamos a comer el mundo», «Qué esperanzados parecíamos entonces», «No sabíamos por dónde iba a llevarnos la vida». Etcétera.
Al verla, yo pensé que la cara de malo que traigo en la foto es una cara joven: una expresión (o una pose) enojada o grave, pero joven. Quiere parecer hastiada, desolada, tal vez hasta un poquito arrogante: quiere reflejar cierta cantidad de experiencias por las que esa persona «ya pasó» y que «la han marcado».
Pero la verdad es que yo no preveía casi nada de lo malo que aún estaba por sucederme, de cómo serían realmente las decepciones que tenía por delante, ni de los desgastes que empiezan a llegar «con el tiempo». Esos cambios no son súbitos, catastróficos, sino muy lentos e insidiosos, y las personas de mediana edad tendemos a no mencionarlos porque marcan no sólo los años ya transcurridos, sino también el hecho de que los años aún por venir son cada vez menos.
Hoy, como casi cualquier persona de mi edad, cuando tengo una expresión desolada se ve mucho peor que la de aquella foto (que no está aquí porque, francamente, no querría que ustedes la vieran).
Mi esposa, Raquel, ha visto esa cara amarga y me ha acompañado en los momentos malos que la causan. Y al ver la foto, sin embargo, anotó algo curioso: dijo que ahora sonrío más. Es verdad. Ella no me conocía entonces pero ha visto el incremento de las apariciones de esa sonrisa.
No se puede explicar con ninguno de los clichés usados comúnmente. No es que esté «en paz conmigo mismo», que sienta «haber ganado mis batallas» ni ninguna tontería parecida. Esas frases hechas son todas engañosas y sostengo que habría que rechazarlas de plano porque son anestésicos, excusas para no pensar profundamente en uno mismo ni en nada.
Pero en todo caso, sí: cuando puedo hacerlo, sonrío más.
En esa época me encontré con esta cita de Samuel Beckett que me desconcertó y me chocó:
Quizá mis mejores años han pasado. Cuando existía una posibilidad de ser feliz. Pero no querría que volvieran. No ahora, con este fuego en mí. No, no querría que volvieran.
La última cinta de Krapp, 1959
No sé si ahora la entiendo mejor, pero algo de tiempo ha pasado. Y aún llego a tengo momentos luminosos. La felicidad va y viene porque es inconstante, transitoria, fugaz, pero cada tanto la noto, y entiendo que todavía no se ha marchado para siempre.
Excelente reflexión sobre las fotos que se van publicando y dejando como un registro del momento de vida.
En lo personal no me gusta publicar en redes mis fotos personales, pero cuando veo fotos de otros tiempos las disfruto mucho.
Gracias.
Yo ahora sí sonrío. Pase 31 años al lado de mi pareja y miro las fotos de esa época y en ninguna sonreía. Después de la separación de mi pareja e visto mi transformación, no solo sonrío, sino que rio a carcajadas.
Qué bueno. Gracias por leer.
Que podríamos decir de la felicidad los que no llegamos a cumplir nuestros objetivos como usted lo hizo?
Que la felicidad no depende de cumplir esos objetivos. La felicidad es ausencia de dolor, como diría Epicuro.
Eso ya es bastante.
Epicuro era sabio, claro que sí.
Lindo escrito, profesor Chimal. Se siente usted en «usted».
Gracias. 🙂