Escritura creativa

No traicionar el oficio

Hand holding pen drawing, gesture

En estos días, alrededor de uno de tantos debates en redes sociales, yo publiqué una serie de notas en un par de plataformas y recibí muchas réplicas. La mejor de todas fue la de Felecia Caton Garcia, escritora y docente mexicana-estadounidense, que con su permiso reproduzco a continuación y traduzco más abajo.

En castellano:

Con frecuencia le digo a mis estudiantes que uno de los regalos más asombrosos que un escritor / artista / cineasta / coreógrafo / creador (a) puede recibir es cuando alguien dice «Vi algo acerca de mí o de mi vida en tu obra y significó mucho para mí» y tú no tenías siquiera la intención de que estuviera allí. Es maravilloso poder aceptar ese regalo.

El que esa persona oyera decir eso a niños y adultos queer y trans de todo el mundo y eligiera rechazar su regalo: que eligiera decir «No, yo no escribí esto para ti», en vez de decir «Gracias, me siento honrada» es el comportamiento más repugnante que puedo imaginar en un creador.

Ella traicionó a su oficio. Traicionó a sus lectores. Y se maldijo a sí misma. ¿A quién le importa de verdad cualquier cosa que haya escrito después de HP?

A lo mejor se nota a quién se está refiriendo Felecia. A lo mejor ustedes saben de qué se trataba el debate al que me referí. Pero el valor más grande del texto anterior va mucho más allá de la discusión de una obra en particular, o de las acciones de una autora determinada, y tiene validez para cualquier persona que escriba y publique.

La idea clave es la siguiente: no hay que traicionar nuestro propio oficio. Es una cuestión ética. Y aunque no se relaciona directamente con el proceso de escritura o el contenido de lo que escribimos, sí tiene todo que ver con nosotros mismos, y con esta pregunta: ¿a quiénes aceptamos en nuestros textos?

Actualmente se habla mucho de representación, en especial en la narrativa: qué hacer (o no) para que existan historias que reflejen de algún modo las experiencias, modos de pensar y cuerpos, aspectos físicos, de todas las personas en una cultura determinada. Es una aspiración igualitaria y un tema que ha dado, por supuesto, para muchas peleas y polémicas. Pero el fenómeno por el cual una persona, sea quien sea, se ve reflejada en lo que está leyendo puede ocurrir incluso cuando el texto en cuestión no fue escrito con ese objetivo. Los seres humanos tenemos semejanzas profundas, experiencias compartidas, formas esenciales de contemplar nuestro entorno y de existir en él. Por eso un libro antiquísimo, o escrito a medio mundo de distancia, o en una cultura de la que sabemos poco o nada, puede conmovernos y hacernos decir «esto me pasó a mí», «yo soy como este personaje», «este pasaje escrito explica algo de mi existencia para lo que yo no tenía palabras». Etcétera.

Esa es la función más importante de las artes del lenguaje, de todas las artes. Ayudar a que cualquier persona pueda hacerse de un sentido mayor, más preciso de su propia existencia. Y no es tan difícil de lograr. Ampliar las opciones de representación en la literatura de una época es loable y necesario, pero aun si alguien no tiene esa intención, lo que escribe puede volverse hospitalario para quien sea, simplemente porque quienes escribimos y leemos somos todos humanos.

Sí hace falta algo de oficio: de la habilidad que se adquiere gracias a la práctica y el conocimiento de la escritura. Hace falta representar la vida humana honestamente, sin retroceder ante sus complejidades, y al mismo tiempo ofrecer una experiencia que pueda ser hermosa, conmovedora, memorable. Pero, como dice Felecia, el enterarnos de que alguien a quien no sospechábamos, cuya existencia tal vez ni siquiera llegamos a imaginar, se encuentra en lo que escribimos, es un regalo: un don y una recompensa. Porque de eso se trata.

Y, por lo mismo, negarnos a aceptar que una persona entre en nuestra escritura y la haga suya es un acto de egoísmo. Peor todavía, en muchas ocasiones puede ser un acto de odio.

Así que ser fieles a nuestro propio oficio: mantener la hospitalidad y la pertinencia del arte que creamos, es también una obligación para después de haber escrito y publicado. Pero ya con el texto en el mundo, la labor se vuelve más simple. Se deja que el texto diga lo que puede decir. No se hace campaña pública contra tal o cual persona que vea nuestros textos como un aporte positivo para su existencia.


Habrá quien quiera contradecir lo que he dicho con un argumento falaz, un caso extremo e inaceptable. «¿Qué pasa si un neonazi es quien te dice que se ‘vio’ en uno de tus textos?», podría preguntar. Sin duda, ustedes han visto ya a algunas personas tratando de emplear semejante argumento tramposo, en línea o fuera de ella, para descarrilar una discusión.

Pero si quien escribe hace bien su trabajo, incluso las peores personas, las más malévolas y repulsivas, podrían encontrarse en él, porque también son humanas. Y, al menos en mi caso, representar honestamente lo que alguien así es capaz de hacer nunca va a implicar un elogio, una celebración de esas partes oscuras y repugnantes de nuestra propia especie. Todo lo contrario. No creo que suceda, pero si un texto mío llegara a mover al arrepentimiento, a la reflexión, a alguien realmente despreciable, también sería algo estupendo: otro tipo de regalo.


Para terminar, hace tiempo escribí un ensayo sobre la autora cuyo nombre no estoy mencionando. Pueden leerlo (con esto su identidad quedará clarísima) en el siguiente enlace:

4 pensamientos sobre “No traicionar el oficio”

  1. La impaciencia con los matices, el odio hacia el otro no tiene etiqueta. Todos somos capaces de sentir todo tipo de amor y odio, y todas las emociones más complejas que hay entre ambos. Rowling traicionó su responsabilidad hacia sus lectores y hacia toda la literatura en general cuando rechazó a algunos de ellos, revelando una mezquindad impropia del gran arte. Por lo tanto, es una mercenaria comercial (como siempre he sospechado), una empresa, pero no una artista. Melanie Márquez Adams aborda la literatura y la identidad en su libro «Querencia: Crónicas de una latinoamericana en EE. UU.», recientemente traducido para Mouthfeel Press por mi querida amiga Emily Hunsberger. Vale la pena leerlo. Gracias por tus comentarios, Alberto.

    1. Alberto dice:

      Gracias a ti, querida Dorothy.

  2. Rafael López dice:

    Gracias por tu texto.

    1. Alberto dice:

      Gracias a ti, Rafael.

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