El otro día publiqué en redes sociales unas fotos de textos viejos. Realmente lo son, de hace treinta años o más: un cuento que publiqué en mi ciudad natal y luego no recuperé, y el comienzo de una novela que no conseguí terminar. Del cuento no tengo copia, solamente la foto, y del fragmento de novela conservo una impresión porque se la regalé a un amigo, entonces, y el año pasado él me la devolvió para que la conservara.
Para acompañar las fotos, escribí que es posible aprender del fracaso y el error, y lo creo de verdad.
Unos días después de la publicación apareció un trol. Hacia tiempo que no me sucedía. El trol había hecho el esfuerzo de crear una cuenta con nombre falso. Llegó a una sección de comentarios y lo que dijo fue:
Cuando me asomé a ver, la cuenta falsa ya había sido borrada. No tengo idea de quién podrá ser esa persona, qué enojos y frustraciones tiene y por qué eligió descargarlas conmigo. A juzgar por lo que eligió decir, por el tiempo y el esfuerzo que dedicó a dejar su mensaje, no lo hizo por un impulso momentáneo ni por simple estupidez. Quería lastimar, hacer daño. (¿Por qué a mí y no a alguien más, una celebridad de internet, un líder del crimen organizado, un político?)
Lo que se debe hacer en estos casos es no decir nada, no darle de comer a la bestia. Sin embargo, bueno, cuando leí el comentario pensé «Chin», que es una exclamación clásica del castellano de México.
Más precisamente, pensé: «Chin, es cierto, me estoy haciendo viejo».
No es que no lo supiera. Este año cumplo 54. Pero tampoco es algo en lo que esté pensando siempre, con exclusión de todo lo demás. Al menos en los últimos días, el trol ha tenido éxito en hacerme considerar la cuestión de manera más constante. Los signos del paso del tiempo parecen estar por todos lados. No sólo en mi cuerpo, donde abundan. Libros que leí cuando aparecieron ya cumplen los treinta, los cuarenta años. Pasa lo mismo con películas, con música, con todos los objetos y con muchas palabras. Algunas personas queridas han muerto ya y las recuerdo con más frecuencia. Veo más claramente ciertos límites. Nunca seré un académico, por ejemplo; un objetivo que tuve durante mucho tiempo y que no llegó a nada. Nunca viviré en otro país, nunca aprenderé a hacer música en la computadora.
Y casi con seguridad nunca haré una «gran obra».
No creo haber hecho una ya. Envidio la seguridad de los colegas que realmente pueden pensar así de su propio trabajo. Y tampoco tengo mucho respaldo para hacerlo. ¿Cómo se define una gran obra? Si es un perenne éxito de ventas, no lo tengo. Si es la causa de un Premio Nobel o Herralde o algo parecido, tampoco. Si es un texto citado ineludiblemente por los académicos, considerado «clave» de una época, traducido a 47 idiomas, menos. Ningún libro mío ha llegado a trascender la crítica, a tener fanáticos que vuelvan irrelevante cualquier opinión negativa. Ningún libro mío es empujado por los algoritmos de las redes para aparecer hasta arriba de todo lo demás entre quienes gustan leer. No soy Mariana Enríquez, no soy Juan Villoro, no soy Dahlia de la Cerda, no soy Salman Rushdie. No soy aquellas otras personas que admiré de joven, aquellas a las que realmente deseaba parecerme.
Y no voy a serlo. Ya no queda tiempo. Si no lo logré en los últimos treinta años de trabajo, difícilmente lo voy a lograr en los que restan. Hace falta «aceptación radical», como dice una amistad que es terapeuta. Es lo que es.
Esta nota no tiene otra conclusión, ni alentadora ni furiosa ni amarga. Puedo agregar, si quieren, que mi estatus en la literatura tampoco es tan malo –no es el mismo de cuando era joven, ciertamente– y de cualquier modo no es la totalidad de mi vida. Hay personas que me quieren por quien soy, no por lo que escribo. Comparto la vida con una de ellas. Tengo momentos de felicidad y de belleza. Sigo trabajando.
Nada de esto tiene que ver con lo anterior. Nada mejora ni cambia. Es lo que es.
Más te vale, trol, que no estés viviendo una vida de pura desdicha. Que te dé impulso la desazón ajena. Que fastidiar a otros haga tu existencia realmente mejor. Que eso que escribiste sea tu propia gran obra.
Este ensayo habla por muchos creadores que siguen creando en las sombras cada vez más largas de esta única vida que tenemos. Habla por mí. La idea de la gran obra es, al fin y al cabo, una construcción del yo y del sistema capitalista en el que vivimos y morimos. Los hay como Hemingway, un perturbado que se autoproclamó el gran autor y acabó masticando la punta de un fusil. Y los hay como Emily Dickinson, una poeta que escribió en la más absoluta oscuridad y autoencierro, cuya obra se hizo grande sólo porque su hermana se apiadó de los trozos de papel que dejó atrás escondidos en su escritorio. Al fin y al cabo, que una obra sea grande tiene que ver con una red de influencias de la cuales solo una es el carácter del libro y preocuparse por la grandeza, ya sea personal o artística, es un asunto nimio que es mejor dejar a los trolls.
Creo sinceramente que está persona no tiene ni la más mínima idea de ti trabajo.
Para mí como lectora de tu obra tu trabajo es admirable, me ha dado un sin fin de emociones, recordado nostalgias y hecho preguntas.
Para mí en eso radica una magnífica obra.
Por otra parte considero que la grandeza no se mide por los premios sino por la generosidad del espíritu y del dar a otros en abundancia lo que se ama y tu lo haces continuamente.
Abrazos
La gran obra ¿según quién? Como en tantas otras cosas, se tiene la manía de medir respecto a estereotipos: la más bella,el más inteligente,lo más valioso,etc,etc. Si nos guiamos por esos parámetros,en cualquier caso, resultaría que nadie podría crear o ser mejor pero si expandimos el horizonte, cada nueva obra de un creador es por mucho una gran obra pues se habrá erigido sobre las experiencias pasadas, conocimientos y destrezas nuevas,hasta sobre el tiempo que no pasa sin dejarnos enriquecidos de lo vivido. Lo mejor es que sigues creando, muchos se han quedado en el camino (amargados me temo). Saludos!
Yo creo que parte de su gran obra es que ha acercado la escritura al público que no es experto. Usted nos a ayudado a reivindicar nuestro derecho a escribir.
No se imagina el alcance que puede llegar a tener cualquiera de los ejercicios de escritura que propone a través de sus redes sociales. En mi caso, me aleja de ser una máquina de producir para el sistema, y me acerca al lenguaje de mi alma.
Gracias ✨
Deseo que la persona que te motivó a hacer esto sea aún muy joven, pues sería muy triste y frustrante hacerse de cierta edad y gastar el tiempo en rabietas tras un monitor. Rabietas como las que tendrá que hacer cuando vea el corto pero sustancioso texto que sin proponérselo te motivó a escribir. «El tiro por la culata», que le dicen.
Menudo comentario, de todo hay que sacar un lado positivo, es una cachetada con guante blanco este escrito tuyo. He tomado un curso en Domestika y me has inspirado. Ese aporte que cada quien desempeña en la vida de otros es inimaginable, puesto que dejas huella sin siquiera saber a quien enseñas, miles compran tus cursos para seguir indagando un poco más si son capaces de convertirse en un escritor, fuiste un punto clave para mi, no importa cuán grande sea tu repertorio literario.
Los trolls pueden hacer daño, mucho daño. Podría escribirte mil cosas para tratar de alejar ese sentimiento, pero sé lo absurdo que puede ser. En lo personal agradezco que no eres ninguno de los autores que mencionas y que eres tú, Alberto Chimal, con tus obras buenas y no tan buenas, con tus textos originales y reescritos a lo largo del tiempo, con tus maravillosas clases y consejos de lectura y escritura, con tus juegos, risas, ansiedades, con todo. Agradezco coincidir contigo en esta vida, poder leerte y poder leerme en ti. Haces que crea posible ser una escritora (o sea, creérmela de a de veras, sea lo que sea eso) y me ayudas a resistir y persistir aunque esté en el pozo oscuro que bien sabes.
Si de algo sirve, puedes contar entre tus obras salvar y cambiar una vida: la mía.
Te abrazo. Espero poder verte pronto para dártelo en persona 😉
Estimado profesor Alberto,
Yo le agradecería al famoso «trol» su des-amable comentario. Lo puso a usted en situación de «fight-or-flight», a la cual usted peleó. Peleó por esa gran obra que muy dentro sabe que ha logrado, desde su infancia en un pueblo Mexicano, hasta la Capital que lo vio desarrollarse y crecer… y hacerse grande, poner su autoría en miles de libros y mentes; en crear un curso internacional donde es conocido por personas que hablan más de esos 47 idiomas y que conocen el inglés como lengua de enlace, idioma que usted también se forjó en aprender y que ahora domina. Para alguien como yo, su nombre suena más que Mariana Enríquez, o Juan Villoro, Dahlia de la Cerda, o don Salman Rushdie, porque uno se le puede acercar, porque le entiende, porque se identifica, porque de usted aprende.
Personalmente, soy su fan y torno irrelevante esa opinión del trol, me dio risa: un flagrante ignorante tratando de hacerse notar y esconderse en el anonimato de los tontos.
Efectivamente, profesor Alberto, «es lo que es» e indudablemente, para quienes tenemos la dicha de conocerlo, su obra de vida es y seguirá siendo GRANDE.
Saludos cordiales.