Estoy investigando acerca de la ciencia ficción ciberpunk y me encuentro con un ejemplo clásico de lo que esa literatura no quería ser.
Es otra obra de Stanley Kubrick, de quien escribí en este sitio hace poco (y cuyo «día» no oficial, #KubrickDay, es hoy). Su película 2001: odisea del espacio (1968).
La fecha presunta de la historia pasó hace mucho, lo cual puede dar a quien la vea hoy una sensación de extrañeza, como si mirara un mundo paralelo (o una «profecía no cumplida»). Hay que tratar de ir más allá de esa primera impresión. La fecha que da título a la película fue elegida para impresionar al público de su momento, pero no resume ni agota la historia, la experiencia visual, que ofrecen Kubrick, su equipo y su reparto. 2001 es, entre otras cosas, una reflexión acerca del futuro posible de la tecnología, tal como se promovía en su tiempo. Pero el futuro que se muestra no es, en el fondo, una utopía: un ideal como los de la publicidad o las artes del siglo XX, que aún creían ingenuamente, y nos hacían creer, en las virtudes de lo avanzado, lo cibernético, lo moderno.
En 2001, los limpios pasillos de sus estaciones espaciales; sus vestuarios brillantes y perfectamente cortados; su élite política y tecnológica completamente blanca, y casi totalmente masculina, no ocultan del todo el salvajismo de sus orígenes y los de la especie humana en general. La violencia puede estar maquillada, vista solamente de lejos, pero siempre está allí. Por encima de todo, su personaje más “tecnológico» y recordado es HAL 9000, una computadora autoconsciente que repite las mismas pasiones contradictorias, los mismos instintos asesinos, que sus creadores. La conclusión es alentadora, quizá, pero a la vez ambigua. Tal vez haya futuro para la humanidad, pero no entendemos todavía cuál pueda ser.
En cambio, los creadores de las obras ciberpunk de los años 80, una generación después de Kubrick, veían la superficie reluciente de 2001 y la rechazaban de plano. Los futuros que imaginaron autores como William Gibson, Bruce Sterling o Pat Cadigan eran sucios, abiertamente desagradables, poblados por antihéroes que debían defenderse de gobiernos y corporaciones con poco o ningún interés en ocultar su rapacidad. Hasta la serie Matrix de las hermanas Wachowski, Akira de Katsuhiro Otomo o la serie Black Mirror, el ciberpunk muestra con muy escasa ambigüedad que el futuro de la humanidad puede existir, pero no será nada alentador.
¿Alguna de estas dos visiones acierta más que la otra? Creo que la pregunta es incorrecta. Ahora, tanto tiempo después, tengo la impresión de que esos dos extremos están muy cerca de tocarse. ¿Será que nuestro presente es un futuro que le debe tanto a Kubrick como al ciberpunk? HAL 9000 es el ejemplo más obvio porque sigue entre nosotros. Es el modelo indiscutible del diseño industrial e informático de los asistentes digitales de hoy, incluyendo sus voces apagadas y monótonas, y está también, de otra manera, de los modelos generativos de los últimos años, incorrectamente llamados “inteligencia artificial”. Es decir, aun si la inteligencia de estos productos es dudosa, nos hemos acostumbrado a proyectar nuestra propia humanidad en ellos gracias al ejemplo de HAL en la cultura.
Más inquietante todavía, los viajes por el espacio, la gran promesa tecnológica de los años sesenta, están regresando a la imaginación popular, pero traídos por las nuevas oligarquías tecnológicas. Sus líderes (empresarios de Silicon Valley, inversionistas multimillonarios, etcétera) crecieron fascinados con fantasías como 2001, pero las leen mal: como promesas de poder y emoción, y sobre todo promesas para ellos mismos. Son más como los oligarcas y los tiranos de las historias ciberpunk, dedicados a saquear los recursos de la Tierra para sus fines egoístas. No piensan en la posibilidad de una conclusión para sus propias vidas, y su visión del resto de la humanidad no es alentadora: en su futuro existen ellos, pero no nosotros.
Hay que volver a ver 2001 para saber lo que ocurre cuando lo peor del poder humano se transfiere a lo que creamos: a los sistemas y las máquinas a las que confiamos nuestras vidas.