Acabo de terminar un artículo sobre cómo los «apocalipsis» de la ficción suelen ser rapidísimos. El mundo no se va a «terminar» de un día para otro, pero nos da pereza tratar de imaginarlo. (O nos da horror, porque sabemos que ninguno de nosotros sobreviviría realmente el colapso de una sociedad, por más que nos encanten esas emocionantes aventuras al estilo de Fallout o The Walking Dead.)
Ahora, con el texto ya enviado (nota del 6/06: ya se publicó, en esta página), pienso que deberíamos tener más historias de apocalipsis lentos. Aburridos. Colapsos dolorosos pero que se pueden ignorar, igual que los colapsos de las sociedades verdaderas. Los seres humanos somos como la proverbial rana en una olla que se calienta lentísimamente. Si se nos da el tiempo suficiente, nos acostumbramos a casi todo. Generaciones enteras vivieron en el Imperio Bizantino sin darse cuenta de que declinaba, por ejemplo, y sin prever que caería finalmente en el sitio de Constantinopla de 1453. Quienes leíamos a Rius, el gran historietista y divulgador de la izquierda mexicana durante el siglo XX, llegamos a creer que el Imperio Americano podría derrumbarse durante nuestras vidas, y además hacerlo rápida y limpiamente. (¿Qué tal está yendo ese derrumbe en la vida real? ¿Y qué consecuencias está teniendo en el resto del mundo?)
Hagamos un experimento mental: pensemos en un apocalipsis diferente, despacioso. Para hacerlo aún más fácil, partamos de un solo escenario especulativo: una sola de las pesadillas que solemos convertir en fantasías masoquistas.
Por ejemplo, la «inteligencia artificial» (el nombre, ya lo he dicho, es excesivo: pura exageración publicitaria). Imaginemos que las tendencias de este último par de años continúan. No importa que los modelos de aprendizaje automatizado como ChatGPT puedan alcanzar o no la autoconciencia, como se anuncia que va a pasar todo el tiempo: importa que las empresas impongan su voluntad sobre el resto de nosotros y nos despojen de toda otra opción, que nos enseñen a creer que la escritura o la invención en general son cosa de máquinas y no de seres humanos.
Puede pasar. Y va a ser muy triste el futuro cuando nadie escriba, pinte, haga música o cine. Cuando todo lo que haya sea basura reciclada por las IA generativas a partir de basura previa, hecha por las mismas IA generativas, con base en basura aún más vieja, etcétera. Porque todo va a ser basura.
Pero si el cambio se da con la suficiente fuerza, con la suficiente lentitud, sin una oposición significativa (mientras la gente está distraída, digamos, como ahora, peleando en redes sociales), tarde o temprano va a convertirse en la nueva normalidad. Tarde o temprano morirán las últimas personas que conocieron una situación diferente. Y la mayor parte de la gente se acostumbrará a ese estado de cosas, como se ha acostumbrado a tantas otras formas de explotación y tanta basura accesible y efímera.
Thomas M. Disch, un escritor grande y olvidado de la ciencia ficción del siglo XX, escribió uno de los pocos ejemplos de apocalipsis aburridos que conozco. Es una novela distópica titulada 334. Sus personajes son mediocres, de inteligencia promedio, y ven que su mundo se derrumba, pero no hay nada que pueden hacer al respecto. Y tampoco les interesa demasiado.
Como siempre estimado Alberto, agradezco tu lúcidez que tiene para pensarte el mundo
Gracias por eso, Fabio.
Excelente texto maestro Chimal
Muchas gracias.
Los apocalipsis aburridos son los más verídicos de todos, ya que las personas lo evaden más fácilmente «es solo un poco de calor, no pasa nada» o simplemente le hechan la culpa a alguien más «es culpa de X experimento de un grupo de lombrices de tierra súper mutadas por la música de los 90s» creo que al narrar un apocalipsis lento lo más interesante será ver cómo las personas evaden esa realidad creando sus propias y completas fantasías para morir evadiendo la realidad hasta el final, la pregunta sería, ¿Cómo poder transmitir al lector la sensación de urgencia de «estos tipos se están muriendo y no hacen nada» para mantenerlos leyendo sin que se aburran.
Así andamos en esta época, desgraciadamente. Lo que hay que hacer, creo, es escribir con los apocalipsis como telón de fondo, y no para causar morbo con ellos.
A buscar y leer 334… suena al boleto ganador.
Te lo recomiendo.
Gracias por el artículo, tienes razón siempre pensamos en los apocalipsis como algo rápido y nunca los vemos como lo que son en realidad. Buscare a Thomas M. Disch.
Gracias a ti.
Viéndolo de esta manera, los apocalipsis aburridos no tienen nada de aburridos y me parecen disparadores para historias grandes, profundas y humanas.
Saludos.
Saludos y gracias, Isidro.
Muy atinado, como siempre, querido Alberto. Justo en el último par de años estuve pensando en la grandilocuencia con la cual visualizamos “el fin del mundo”. No obstante, el mundo sigue ahí, no inalterable, pero sí inexorable. Hay una frase muy popular en inglés, que poco a poco a permeado en español, que es “the end of the world as we know it”, y creo que se trata más de eso. El apocalipsis es, en realidad, el fin de un orden que creemos que perdurará por siempre. Es la reticencia al cambio, el giro de tuerca que nos confronta con lo que creímos imposible o lejano. La mal llamada “inteligencia artificial” llega en un punto terrible y crucial de la historia humana, así que tendremos que lidiar con sus consecuencias. Yo soy cantautor, y justo estoy por publicar un disco intitulado “Canciones para el fin del mundo”, en el cual abordo, precisamente, la extrema cotidianidad y lentitud con que solemos vivir el apocalipsis.
Felicidades por el disco. 🙂
¡Mucha suerte con el lanzamiento de su disco!