Ha muerto en París, a los 94 años, el escritor checo Milan Kundera, uno de los novelistas más famosos e influyentes del siglo XX. De haber ocurrido hace 30 años, la noticia habría causado una reacción tremenda; como ocurre hoy, mucho después de que el escritor dejara de estar de moda (fue «candidato» al Premio Nobel de Literatura durante parte de los años noventa y la primera década de este siglo, pero nunca lo recibió), las notas de prensa circulan como con sordina. Un murmullo en vez de un grito.
La situación recuerda una anécdota que el mismo Kundera cuenta en su ensayo Los testamentos traicionados (1992). Es acerca del compositor checo Leoš Janáček (1854-1928), otro artista dividido entre dos siglos, tan importante para la música como Kundera lo fue para la literatura, y hoy en la misma oscuridad relativa. Una de las obras de Janáček, la ópera en prosa Jenůfa, debía terminar con una escena íntima entre dos personajes: una representación de la desesperanza, y de la búsqueda del consuelo, con una instrumentación escasa y contenida. Sin embargo, cuando la ópera se estrenó por fin en 1916, «el director de la Ópera de Praga, un tal Kovarovic, director de orquesta y más que mediocre compositor», modificó la partitura para que la escena fuera alegre y estruendosa: una «apoteosis» que, dice Kundera, equivale a una traición, a la vez atroz y tonta, del sentido de la obra.
Con esto quiero decir que a lo mejor está bien que algunas carreras, y algunas vidas, terminen como Kundera y Janáček deseaban que terminara Jenůfa: en algo parecido al silencio. Pero también quiero decir que lo mejor de la obra de Kundera tiene siempre que ver con ese mismo rechazo del escándalo y la estupidez, de la obviedad y lo superficial, para adentrarse en cambio en lo más sutil y lo más profundo de la existencia. En otro de sus ensayos, El arte de la novela (1986) aparece esta cita del escritor: «la novela no es una confesión (…) sino una exploración de lo que es la vida humana en la trampa en que hoy se ha convertido el mundo». Esa sensación de encierro, de existir en un entorno amurallado e intolerante, puede parecer un síntoma, un signo de la amargura de la vejez, pero no es así. La historia de millones de personas en el siglo de Kundera, obligadas a padecer la violencia física y mental de las dictaduras de todo signo (lo mismo regímenes totalitarios que grandes imperios capitalistas), contiene la misma desesperación, la misma necesidad de una alternativa. Kundera creyó encontrarla en la literatura. Habrá que repasar lo que dijo tras ese encuentro.
Para quienes no conozcan la obra de Kundera, se puede empezar (creo) por cualquiera de los siguientes libros: las novela La insoportable levedad del ser y La inmortalidad; los cuentos de El libro de los amores ridículos; y los dos ensayos mencionados arriba. ¡Ah!, y la obra de teatro Jacques y su amo, un homenaje extraño y cómico a la novela Jacques el fatalista de Denis Diderot, uno de varios ejemplos de las grandes literaturas europeas a los que Kundera regresó muchas veces.
Estimado Alberto, pareciera que cada vez que un autor muere se hace conocido o famoso en este mundo digital en donde todo es breve, y fugaz. Confieso que nunca he leído a Kundera en parte por mi ignorancia literaria (la cual lentamente voy erradicando) pues relacionaba su literatura con otros escritores como Chopra. Tengo mucho que aprender y mucho que leer.
Gracias por tu comentario, Emilio. La verdad es que Kundera quedó un poco marcado, para mal, por la moda de la que fue parte. No tiene nada que ver con autores como Chopra. Te recomiendo que leas al menos La insoportable levedad del ser y El arte de la novela. No te arrepentirás.