Acaba de terminar la FIL Guadalajara de 2023, y allá tuve un rato de charla con José Gordon, escritor y divulgador, entre las carreras de un evento al siguiente. La conversación fue a dar a las experiencias límite, aquellas que ponen a prueba las interpretaciones racionales del mundo. Ya he escrito aquí que me considero escéptico y tengo una relación complicada con esos incidentes, en especial cuando otras personas esperan que yo valide lo que ellos han vivido o creído vivir.
Pero recordé –y le conté a Pepe– una noche en la que, de niño, pude haber soñado, o creído ver, a la divinidad en el pasillo de un hotel. Un cristo, o el Cristo, de pie frente a un niño que no encontraba la puerta de su cuarto y le tendía la mano. No entraré en más detalles aquí, aunque tal vez lo haga más adelante en algún cuento o novela. No soy una persona religiosa, y ese recuerdo no es una revelación que me sacuda ni me haga cambiar de parecer. (De hecho, no es la primera vez que me viene a la cabeza. Otra historia para algún otro momento.)
Lo que sí me hace pensar el hecho, y el recordarlo en una conversación donde hablamos de varias religiones y de varios idiomas, es que yo estaba educado como católico, y tenía esos símbolos e imágenes como herramientas para identificar y entender mis experiencias. Era muy natural que, sea lo que sea que me haya sucedido, recurriera a las imágenes que tenía a mi alcance para tratar de comprender algo que estaba más allá de mi conocimiento. Eran otro código: otra serie de signos para escribir en mi propia memoria.
Algo que hará falta en los años por venir será ponerse a buscar los códigos, los idiomas, para las experiencias del siglo XXI. En ellas están las antiguas religiones, pero también otras formas de comprensión y de concentración que ya no serán la base de mi propia comprensión de las cosas, y tal vez tampoco de las de ustedes. Cómo entiende el universo una persona para la que lo esencial es ser influencer; cuál es el sentido de la vida para alguien que se define como siervo de una empresa tecnológica. Cuántas preguntas que todavía puede hacerse la especie humana, y uno aquí, sabiendo que no las podrá conocer.
Estimado Alberto: Ya la leí, me gusta mucho tu honestidad, la describes como la sientes con autenticidad. Eso me encanta de tu escencia. Te leo siempre, busco el momento para hacerlo bien, para entender.
Muchas gracias.
Muchas gracias a ti.
Profesor Alberto,
La conclusión de su escrito me hace pensar lo curiosa y analítica que es su mente, y que siempre será. Cada quien interpreta la vida y sus vicisitudes de acuerdo a la propia percepción derivada de experiencias. Algunas veces me he planteado esa misma duda, acerca de los ‘códigos’ (cápsulas del subconsciente colectivo) del futuro que no viviremos para contar. Me gusta sentir que que ya descifrados los códigos que me conformaron como la adulta que soy, el foco de mis pensamientos, y de mi hacer cotidiano, se concentran más en el momento presente, y me doy el lujo de tratar de disfrutar mis días dejando que éstos escriban sus propios códigos de armonía y paz.
Saludos cariñosos, desde Canadá.
Saludos para ti, Claudia.